Saturday, August 12, 2006

éste era un león


Este era un pobre león, que prisionero,
en recia jaula a tiempo que vivía
y ahí encerrado, moribundo y fiero,
de tedio y de dolor se consumía.
Ya no había fuerza en su ánimo abatido,
ni magestad en su actitud tranquila,
ni ecos de tempestad en su rugido,
ni fulgores de sol en su pupila.
Casi siempre tendido lo miraba,
en su estrecha prisión en los rincones,
¿Qué hacía aquel animal? tal vez soñaba
en lo que sueñan todos los leones:
en su cubil, en la candente arena
que alfombra fué de su africano suelo,
en la grandiosa y olvidada escena
del aire libre y el azul del cielo.
¿soñaba esto? no se que soñaría,
mas al verlo tan triste
si estoy cierto que aquella bestia se moria
de una intensa nostalgia del desierto.
De noche ante el asombro de la gente
entraba el domador con firme paso a la jaula
y ahí dentro, sonriente,
despertaba al león de un latigazo,
el animal alzaba la cabeza, abría las fauces
y al sentirse herido, con súbitos arranques de
fiereza
expresaba dolor con un rugido.
Frenética la gente, con ansiedad la lucha
contemplaba,
un latigazo mas, otro,
el valiente y rudo domador no descanzaba,
porfin la bestia ante el dolor se agota,
ya cansada y vencida, sucumbia
e iba a lamer la charolada bota del domador
y el público aplaudia.
Es una función de gala,
está el circo adornado y esplendente,
pletórica de luz está la sala
y las gradas pletóricas de gente,
toca su turno al domador,
su brazo va a alzarse airado
y comenzar la fiesta,
pero antes de que caiga el primer latigazo
se oye un fiero rugido de protesta
después, un golpe, un grito de agonía
el ruido de la garra ensangrentada
al romper con transportes de alegría
las fibras de la carne, después,
nada.
Y a aquel león, ¿qué efluvios le llegaron
del lejano confín de su desierto,
que en tan solo un momento,
despertaron su salvaje valor casi muerto?,
quien sabe?.
Al fin de la sangrienta escena
estaba el león en actitud tranquila,
había manchas de sangre en su melena
y fulgores de sol en su pupila.
Proseres de la tierra
que sin tiento con látigo
tratais a las naciones,
vosotros sois el domador del cuento,
acordaos que los pueblos son leones,
pensad que esos leones abatidos
cuando airados levantan la cabeza
llegan a componer con su rugido
un rugido inmortal, la Marsellesa
y que si hoy vuestra fuerza nos humilla
mañana con nuestras garras soberanas
podemos hundir de nuevo la Bastilla
y ensangrentar de nuevo
las Campanas...
Carlos Cortez

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